Por Jorge Raventos
El último viernes, el Presidente reunió por primera vez a todo su gabinete. Con asistencia imperfecta, ya que la titular de Salud, Carla Vizzotti, se encuentra en Rusia tratando de zanjar los problemas que han impedido la recepción de las vacunas Sputnik V que estaban contratadas.
El excepcional encuentro conducido por Fernández y Santiago Cafiero fue menos impulsado por asuntos de gestión que por la fuerte presión que el Gobierno viene padeciendo desde que empezaron a difundirse imágenes de la fiesta de cumpleaños de la primera dama, así como por el veloz esmerilamiento de la autoridad presidencial y las deprimidas previsiones electorales.
Qué cara, qué gesto
Además del obvio cuestionamiento que recibió desde el otro lado del mostrador, Fernández sufre fuego amigo, expresión activa del disgusto de la máxima referente del oficialismo, la señora de Kirchner; ella con varios gestos y actitudes aportó marcadamente al desgaste de Fernández.
La Casa Rosada quiere neutralizar con gestos los impactos recibidos. Aparentemente con la finalidad de combatir el incendio con fuego y anticiparse a otras jugadas del pool opositor, agregó de motu propio más imágenes (inclusive un video) de la fiesta de cumpleaños de Fabiola Yáñez. ¿Repararon allí en el detalle de que Fernández había en primera instancia desmentido el acontecimiento y luego, ante la primera foto aparecida, la presidencia alegó que se trataba de “fake news”?
El balance que ofreció la Casa Rosada con la pretensión de cerrar el caso resultó, así, una desmentida de las propias desmentidas, es decir, la confirmación de una mentira. No es raro que las encuestas revelen estos días que un alto porcentaje de votantes potenciales del oficialismo anuncia que probablemente cambiará su sufragio.
“Pasar a la ofensiva”
En ese sentido, el otro gesto, la reunión de gabinete del viernes, concebida como un “salir de la defensiva y pasar a la ofensiva”, si bien muestra la digna reacción del boxeador golpeado ante una caída, no pasa por ahora de una expresión de voluntarismo. Del pantano en el que se está sumergiendo el gobierno difícilmente podrá salir tirándose de los pelos.
Si el Presidente ha perdido más de cuarenta puntos de aprobación en las encuestas y se encuentra hoy en el punto más bajo de su trayectoria, la mentada ofensiva debería centrarse sobre todo en las fallas propias; debería reflexionar sobre las esquinas en las que, durante estos veinte meses de gestión, optó por la dirección equivocada y sobre las oportunidades de fortalecer su autoridad que dejó pasar o descartó.
Aunque a Fernández lo deleita sentirse “un hombre común” (que toma exámenes en la facultad, compone canciones o suelta citas literarias impropias), las decisiones que adopta (como las que demora u olvida) están cargadas de otro contenido porque él es Presidente de la Nación y en la figura presidencial se encarnan la máxima autoridad nacional y la legitimidad democrática, por la condición insustituible e indelegable que le otorga su carácter de único funcionario público electo por la totalidad del pueblo argentino.
Cuando esa autoridad se desgasta o se diluye el país se enfrenta al riesgo del vacío de poder democrático. Como explicaría un físico: “el vacío no es la nada, es algo observable. Y para colmo, no está vacío”.
Este recordatorio es, en rigor, una clave sobre la ingobernabilidad latente. Diluida la autoridad del Presidente, el país tiene como primera alternativa en la línea sucesoria a una vicepresidenta que, por decisión propia (por comprensión de su vulnerabilidad y su insuficiente apoyo para ejercer el gobierno) se abstuvo de luchar por la presidencia y dejó esa tarea en manos de Alberto Fernández, una anomalía o “un caso curioso”, como viene de describirlo el lúcido historiador y economista Pablo Gerchunoff: “Un Presidente débil, sin votos, elegido por una vicepresidente débil que no tiene los votos suficientes. Hay ahí una doble debilidad”.
Gesta, más que gestos
Los comicios de medio término que el país tiene por delante no van a ofrecer una solución a sus dilemas. Las señales que ofrecerán servirán, en todo caso, para determinar algunos cambios del personal del sistema político y para alguna pequeña modificación -de poco significado- en la relación de fuerzas entre las dos mayores coaliciones. El paisaje de marcada polarización puede, quizás, contornearse con una creciente apatía ciudadana, emperantada con los sentimientos antipolíticos.
El abordaje de la ingobernabilidad no surgirá automáticamente del recuento de votos, sino de la capacidad política para forjar acuerdos sobre los grandes temas pendientes: la negociación con el FMI, el establecimiento de bases para crecer, dar empleo y mejorar sustancialmente la capacidad exportadora, la creación de un plan nacional para el desarrollo social y productivo del conurbano, el impulso a un plan nacional educativo y tecnológico. Argentina tiene que recuperar el tiempo y el terreno perdido.
Una ofensiva seria para fortalecer la figura presidencial requiere que ésta se asiente sobre la base sólida de un acuerdo nacional que permita extender el horizonte temporal de estabilidad, indispensable para los grandes emprendimientos
Se necesita una gesta, no meros gestos.